EGOÍSMO
Podría decirse que los
egoístas típicos son personas egocéntricas, des-consideradas, insensibles,
carentes de principios, implacables autoengrandecedores, personas que persiguen
las cosas buenas de la vida a cualquier precio para los demás, que sólo piensan
en sí mismas o que, si piensan en los demás, lo hacen sólo como medio para sus
propios fines.
Quizás esta caracterización
sólo sea aplicable a los egoístas exagerados e implacables pero, sea cual sea
su nivel o grado, el egoísmo supone poner el propio bien, interés y provecho
por encima del de los demás. Pero esto no parece ser todo: sin duda yo no soy
egoísta sólo porque me preocupe más por mi propia salud que por la suya. Ni mi
egoísmo aumenta y decrece exactamente en proporción al número de casos en que
me favorezco sobre los demás. Más bien, lo que me convierte en egoísta parece
depender de un rasgo especial de los casos en que así me comporto.
EL EGOÍSMO PSICOLÓGICO
Es una teoría explicativa
según la cual todos somos egoístas en el sentido de que nuestros actos siempre
están motivados por la preocupación por nuestro mejor interés o mayor bien.
Es la pauta motivacional de
las personas cuya conducta motivada concuerda con un principio, a saber, el de
hacer todo aquello y sólo aquello que protege y promueve el propio bienestar,
satisfacción, el mejor interés, la felicidad, prosperidad o máximo bien, bien
por indiferencia hacia el de los demás o porque, cuando choca con éste, estas
personas siempre se preocupan más por el propio bien que por el de los demás
(hay diferencias importantes entre estos fines, pero aquí podemos ignorarlas).
Para ser un «egoísta» semejante, uno no tiene que aplicar conscientemente este
principio cada vez que actúa; basta con que su conducta voluntaria se adecué a
esta pauta.
Sin embargo, la evidencia
empírica disponible parece refutar incluso este egoísmo psicológico como mera
motivación de la conducta. Muy frecuentemente muchas personas normales parecen
preocuparse no por su mayor bien sino por conseguir algo que saben o creen que
va en detrimento suyo.
Por otro lado, muchas
explicaciones no egoístas de la conducta de alguien son sospechosas. Como la
conducta egoísta es objeto de desaprobación moral, las personas pueden desear
ocultar su verdadera motivación egoísta y convencernos de que en realidad su
conducta no tuvo una motivación egoísta. Con frecuencia somos capaces de
desenmascarar estas explicaciones no egoístas por hipócritas o al menos fruto
del autoengaño. En este punto, un egoísta psicológico puede objetar que toda la
conducta supuestamente no egoísta es en realidad egoísta. Pues después de todo,
en ejemplos como los indicados, la persona hizo lo que realmente más deseaba
hacer.
EL EGOÍSMO RACIONAL Y ÉTICO
Estas concepciones
sostienen, como si fuese evidente de suyo o algo que las personas decidirían
con sólo conocerlo, que el fomentar el mayor bien de cada cual siempre
concuerda con la razón y la moralidad.
Ambos ideales tienen una
versión más fuerte y una más débil.
EGOÍSMO RACIONAL
Egoísmo racional fuerte: afirma
que siempre es racional (prudente, razonable, respaldado por la razón), aspirar
al máximo bien de cada cual, y nunca racional no hacerlo.
La versión más débil: afirma
que siempre es racional aspirar al máximo bien de cada cual, pero no
necesariamente nunca racional ni correcto no hacerlo.
Tendemos a pensar que cuando
hacer algo no parece ir en nuestro interés, el hacerlo exige justificación y
demostrar que realmente va en nuestro interés después de que algo proporcione
esa justificación.
EGOÍSMO ÉTICO
Egoísmo ético: siempre
correcto (moral, elogiable, virtuoso) aspirar al máximo bien de cada cual, y
nunca correcto, no hacerlo.
La versión más débil: afirma
que siempre aspirar es correcto al máximo bien de cada cual, pero no necesariamente nunca racional ni
correcto no hacerlo.
Las exigencias morales son
sólidas y pueden aceptarse si, al cumplirlas, el agente aspira a su máximo
bien.